Publicado por Néstor Méndez Saldaña El Día viernes, 16 de agosto de 2013


Tras un año de trabajo, la semana pasada por fin salió el disco “Perfume a Tus Pies”. Esta última semana la he pasado contestando correos electrónicos que me han llegado de directores de revistas y radios; enviando discos a diferentes países y leyendo felicitaciones de amigos, familiares y desconocidos. Y todo esto me ha hecho pensar en cómo empezó todo.

Cuando empecé a llevar la alabanza en mi pequeña iglesia en el centro de Madrid no lo hice porque “quería un ministerio” o porque estuviese “buscando mi lugar”. De hecho, nunca quise llevar la alabanza y la única razón por la cual empecé a hacerlo fue simplemente porque no había nadie más que lo hiciera.

Cuando comencé no había buen equipo de músicos, sino un grupo de adolescentes hambrientos. La mayoría ni siquiera sabía tocar un instrumento, pero estaban hambrientos por aprender y hambrientos por alabarle de la manera que fuese. Durante años nos juntábamos en el sótano de la iglesia para alabar. No ensayábamos canciones específicas, no teníamos horarios, no teníamos agendas, simplemente alabábamos y buscábamos su rostro. Normalmente empezábamos tocando…y acabábamos postrados.

Ahora, cada uno hemos tomado caminos diferentes: algunos de los que “no sabían nada”, hoy son músicos profesionales, otros están en diferentes caminos de la vida, y yo … aquí estoy, en un aeropuerto de camino a una conferencia donde estaré ministrando y con un disco recién salido del horno.

Hay gente que se pasa la vida entera intentando ser ricos, y a los 60 años lo consiguen y se dan cuenta de que no llena. Otros, por la razón que sea, se hacen millonarios a los 25 años y desde jóvenes pueden ver que el dinero no es lo que sacia. A veces me siento como esa gente. Hay gente que se pasa la vida entera con metas, retos y sueños por cumplir, pero la inmensa mayoría de mis sueños y deseos, ya los he cumplido. Y ahora me he “liberado” de estar viviendo una vida siempre aspirando a “algo más”. Sé que sólo Su presencia sacia y hace que todo lo demás tenga sentido.

No hay nada malo con tener metas, retos y sueños, pero a veces necesitamos recordarnos que nada de eso llena, ni si quiera el tener un gran ministerio en el que servimos a Cristo…sólo Él llena. Todo desfallece al contemplarle a Él y todo lo que en nosotros “aspira” se sacia. Cristo no murió para que tú y yo pudiésemos tener un gran ministerio, un gran trabajo o una gran reputación, murió para que pudiésemos tener acceso a su presencia y tener unión con el padre. Y ahora, como hijos, podemos traer Su Reino a la tierra. No de una forma competitiva, sino de una forma entregada.

Hay veces que la gente me dice cosas como: “qué increíble ministerio” o “¡qué alegría que tu ministerio esté creciendo!” y aunque sé que lo dicen con buenas intenciones, algo en mi espíritu se entristece porque sé que ellos todavía no se han dado cuenta de que no importa y de que a mí me da igual. Si el día de mañana Dios habla y me dice de no volver a tocar un teclado, escribir una canción o viajar a predicar, está bien. ¡Todo se trata de Él!

Como dice Rolland Baker, misionero en Mozambique, “nos estamos enamorando de Aquél que es amor hasta que nada en este mundo nos atraiga como Él”. Mi oración es que conforme me enamoro más de Él, la corona en mi cabeza pueda hacerse más grande…sólo para tener algo aún más grande que arrojar a Sus pies.

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